Esta semana –en un episodio más de una guerra cronificada- han llovido bombas en Teherán y misiles en Tel Aviv. Hablan de “éxito” mientras en esa extraña combinación entre comercio y seguridad, la OTAN se comprometía ante Estados Unidos al aumento del gasto militar hasta el 5 % del PIB. Otro “éxito”. A veces se muere de éxito. Otras, se mata por el éxito.
El mensaje adulador del secretario general de la OTAN al presidente Trump –la palabra bochorno se queda muy corta– ha evidenciado la banalización de la guerra y cómo el multilateralismo teórico ha devenido en servilismo práctico; un teatro obsceno donde uno quiere mandar para que otros, como en el medievo, obedezcan. Ese mensaje en crudo ha reflejado, también, un desprecio persistente a Europa. Y ha confrontado dos modelos opuestos de gobierno: el del matonismo unilateral que exige siervos, y aquel otro que otorga la importancia crucial a la seguridad sin por ello comprometer su modelo social. Hablemos claro: presupuestar es jerarquizar y decidir el atajo de subir impuestos a las clases medias, quitar prestaciones por desempleo, reducir las pensiones o optar por una visión de la seguridad global que comprende también la cooperación, el desarrollo y la promoción de la paz sin someter la propia autonomía a una potencia, a la que por cierto España no tuvo mucho que agradecer en un siglo XX en el que blanqueó a la dictadura franquista y que hoy, sinceramente, no está en condiciones de dar lecciones a nadie.
Pero puede haber otra América. De hecho, hay otra América. Y la historia la exhibe.
El libro -no es un best-seller- asomaba levemente entre las estanterías de la librería con su portada amarilla: L’autre Amerique. En sus páginas, la periodista francesa Judith Perrignon viaja a la América de Roosevelt para mostrar las respuestas distintas a una misma crisis. Porque Hitler tomó el poder en enero y Roosevelt asumió el gobierno en marzo de 1933. Los dos salían de la mismas cenizas: un mundo occidental hundido en 1929 por un colapso bancario en medio de una orgía capitalista.
Entonces, la respuesta de Roosevelt fue reforzar la protección social y liberar al Estado del secuestro del capitalismo desenfrenado que habían ido imponiendo los dueños de la economía. Los Musk de la época. Es instructivo observar como Henry Ford entre otros grandes empresarios combatieron con no pocos recursos el New Deal donde veían todos los males del comunismo. Muchos ricos le retiraron la palabra a su amigo Franklin al que consideraron traidor a su clase. Sin embargo, como relata este libro, Roosevelt no era un revolucionario. Solo quiso –y consiguió– salvar al capitalismo de sí mismo en un país fundado principalmente sobre un sueño de progreso. Quiso –y consiguió– enderezar el modelo que había condenado a quince millones de personas al desempleo, a la marginación y a la pobreza.
La respuesta populista de Hitler ya la conocemos y la hemos visto replicada en otros pasajes de la Historia: respuestas simples, y violentas, a problemas complejos.
La respuesta populista de Trump la hemos visto al desplegar a la Guardia Nacional como nunca antes en sesenta años con el objetivo de sofocar las protestas urbanas contra la política migratoria de su Gobierno. Una cacería salvaje contra las personas migrantes hasta el punto de que la Casa Blanca ha difundido un mensaje supremacista con un cartel donde el Tío Sam pide a los estadounidenses que denuncien el paradero de cada uno de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. De nuevo, caza de brujas.
Así son los “nuevos” años 20: distópicos y de retrocesos democráticos, tan distintos a cuando Lyndon B. Johnson desplegaba la Guardia Nacional para permitir que Martin Luther King y otros activistas se manifestaran en Alabama por los derechos civiles. Así eran los años sesenta: utópicos y de Nueva Frontera.
Antes, militares para proteger derechos. Ahora, militares para conculcarlos. Bombardeo de Irán. Impunidad total para su socio Netanyahu. Más gasto militar a la carta sin un menú basado en evidencias. En definitiva: respuestas simples y violentas a cuestiones complejas; ese es el drama cuando la política se queda sin respuestas y menoscaba su legitimidad.
(Paréntesis: Por eso es intolerable la corrupción que estos días hemos visto con vergüenza, con indignación y con tristeza, especialmente si pensamos en todos los militantes que han dado su vida por los ideales de unas siglas con un siglo y medio de historia, por personas que se les arrebató su vida ya fuera en los paredones de posguerra, en la intemperie del exilio, en la soledad de una cárcel de la dictadura o bajo el terror etarra en los días de plomo, zulos, amenazas y hostigamiento. Y si pensamos también en quienes con su voto y su compromiso -más allá de fronteras partidarias- han hecho posibles los grandes avances producidos por gobiernos socialdemócratas. Porque la corrupción menoscaba la ética pública, mina la confianza en la política y, por tanto en la democracia, y abre la puerta a los peores fantasmas. En consecuencia, solo cabe contundencia en la respuesta, profundizar en la mejora de la calidad democràtica y la máxima autoexigencia moral para seguir defendiendo, con auctoritas y dignidad, los derechos y los progresos que la mayoría social de este país necesita y que son el bien político a proteger).
Roosevelt escribió el momento más progresista de la historia de Estados Unidos y profundizar en él es ver las raíces de la violencia política que se desata hoy en esta otra América, la de Trump, con una tendencia al aislacionismo, al proteccionismo y al cuestionamiento del concierto multilateral de las naciones que recuerda a los segregacionismos que nublan la mente y envenenan el alma. Pero nadie es una isla. Y ese era el espíritu de Franklin D. Roosevelt, tan admirable. Él dijo: “La verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad económica o independencia. Los hombres en situación de necesidad no son hombres libres”. También las naciones.
La justicia social es el camino más recto y comprometido con la libertad real. Esa otra América –también esa otra Europa social que surgió de las cenizas de los fascismos– es la que el mundo necesita de vuelta.
(Posdata: La otra Gaza. No es solo la de los 56.000 muertos, una cifra que hiela el corazón. Es, por ejemplo, la Gaza que tiene ahora el mayor número de niños amputados per cápita del mundo. Amputados para toda su vida. Y aun así, en medio de un horror inconcebible, más todavía cuando es infligido por el gobierno del país que fue víctima del Holocausto, continúa avanzano sin pausa la muerte. Es descorazonador. Una guerra tapa otra, una barbarie sumerge en el olvido un genocidio.
En Europa sólo España y algunos países claman su voz en el desierto de la deshumanización.
Las pantallas las ocupa Trump de éxito en éxito hasta el éxito final. Quizás valga recordar que de lo peor del siglo XX emergió un universalismo con leyes e instituciones internacionales para la protección de los derechos humanos sin fronteras. Ahora es tiempo de refundación.
“No te olvides de Haití”, clamaba Forges en el rincón de sus viñetas. ¿Cómo olvidar Gaza?)
Ximo Puig, Levante-EMV, 29-6-2025