El Socialista, ya amarillento, cae en mis manos por azar. Cuesta 40 francos antiguos y se imprime en Toulouse, pequeña patria de exiliados, en el sombrío invierno español de 1959. El titular, a cinco columnas: “Quien elige la amistad del Caudillo, pierde irremisiblemente la amistad del pueblo español”. Es un llamamiento a los Estados Unidos y una denuncia al blanqueamiento de la dictadura franquista que se proponía llevar a cabo el presidente americano. Bases militares a cambio de dinero y de reconocimiento diplomático. La triste historia ya la conocemos y no la debemos olvidar, como tampoco la gratitud al presidente Cárdenas y al pueblo de México, o la intervención de Neruda con el Winnipeg a Chile, o a la Argentina que abrazó a los nuevos exiliados después de haber acogido a los antiguos emigrados, y más tarde el ejemplo de Olof Palme.
Las páginas del viejo periódico rezuman vigencia. El Socialista le recuerda al presidente Eisenhower su proclama meses atrás: “La palabra que mejor caracteriza a los Estados Unidos es la palabra libertad. Y si Estados Unidos espera reforzar la libertad en el mundo, necesita tener en cuenta las reacciones que su conducta provoca en los demás”. Palabras sagradas antes de bendecir a Franco. Por ello, el editorial concluye: “Oiga el clamor de todos los españoles sedientos de libertad que ayer admiraban a los Estados Unidos, cuando eran ‘arsenal de las democracias’ (…) y que hoy se sienten engañados al ver que su antiguo Jefe, el que supo conducirlos a la Victoria contra Hitler y Mussolini, va a rendir el homenaje de su visita al último superviviente del nazifascismo”.
Cierro el periódico de 1959 y abro el de 2025. Otras tiranías, otro presidente republicano traicionando los valores fundacionales de los Estados Unidos y reforzando el autoritarismo, otra vez la libertad como moneda de cambio. Y entonces leo que habla –con aterradora ligereza– de una Tercera Guerra Mundial. Ante semejante frivolidad, la pregunta sería: ¿Quién contra quién? Más todavía: ¿Para qué; en nombre de qué? Porque en la Segunda Guerra Mundial estaban definidos los bandos y lo que se pretendía: doblegar al fascismo criminal, extender la democracia en paz y libertad, sentar las bases del nuevo Estado del Bienestar.
En cambio, ahora todo parece confuso. Estados Unidos, que con Roosevelt luchaba contra los nazis, hoy alienta la extensión de la Internacional Reaccionaria por el mundo entero, Europa incluida. La dupla Trump-Musk (¿o acaso es Musk-Trump?), que une poder económico, poder político y poder mediático, está promocionando a todas las declinaciones de la ultraderecha. Jamás han estado tan organizadas, alineadas y estructuradas las posiciones reaccionarias en el mundo entero a pesar de las múltiples contradicciones doctrinales. Nunca, desde 1945, habían sentido tanto orgullo de ser reaccionarios. Han dejado atrás los viejos complejos por su tenebroso pasado. Y, lo más preocupante, el Gobierno de la primera potencia del mundo los avala, los promociona. Es un giro inesperado. Una patada al tablero visibilizada el viernes en el Despacho Oval. Un ataque ideológico a la democracia liberal. Todo eso es lo que subyace al dilema por Ucrania en su tercer año de guerra (paréntesis: la Guerra Civil española duró tres años y todavía seguimos hablando de ella: las consecuencias tremendas de una guerra). ¿Qué hacer, pues?
La doble respuesta la encuentro en una gran exposición de Artur Heras en su ciudad natal, Xàtiva, paseando con el artista y su comisario una mañana de sábado. La muestra se titula Halt!, que en alemán significa “alto” y cuyo sentido remite a la necesidad de oponer resistencia ante aquellos dramáticos pasajes de la historia europea que hoy parecen en un eterno retorno de peligroso bumerán.
La primera pista sobre qué hacer hoy en Ucrania es una frase de Walter Benjamin. El filósofo berlinés reivindicaba el papel de los “avisadores de incendios”: sujetos capaces de leer en su tiempo las señales de la catástrofe que se avecina; personas preparadas para cortar la mecha encendida antes de que la chispa alcance la dinamita. Benjamin alertó del desastre que se cernía, pero no pudo arrancar la mecha. A él la dinamita le pilló en Portbou, Hotel Francia, habitación número 4. Ahí terminó el incendio para el flanêur que leía las calles.
La segunda pista a cómo reaccionar ante la Internacional Reaccionaria, esa que se vende como patriótica, ni de derechas ni de izquierdas –qué viejo es todo– me asalta en un rincón de la exposición. Es una pata de cabra. Más exactamente: una bandera-pata. Una pata de cabra ejerce de mástil. La lana de la cabra hace de tela. Abajo, el texto del profesor Anacleto Ferrer lo ilumina todo. Dice: “Las banderas son gregarias por naturaleza. Delimitan espacios, físicos o metafísicos, interpelando a quienes los habitan: ¿Estás conmigo o contra mí? ¿Eres miembro de mi rebaño? La banderolatría suele aportar más problemas que soluciones”. Es tiempo de vendecabras y de banderas-patas. Mejor demorarse en los libros de Historia y en los mapas. Y avisar del incendio que se intuye en lontananza. Halt!
Ximo Puig, La Vanguardia / Marzo de 2025