Dia de la Constitució ’19

En un precioso texto escrito hace unos años, el profesor Tomás Vives afirmaba que la Constitución es “un pedazo de papel”. Sin embargo, añadía, no se trata de cualquier papel: “Es el papel que expresa lo que somos y lo que queremos ser como sociedad y como individuos”. Y esa es la razón por la que debemos promover, actualizar y defender la Constitución.

Siempre he pensado que el día de la llamada Fiesta Nacional debería celebrarse hoy, el Día de la Constitución. Porque la Constitución expresa, mejor que nada, aquello que somos.

Más allá de banderas y símbolos —tan en auge en nuestra época y tantas veces esgrimidos para separar y dividir—, la Constitución se ha convertido en el basamento de nuestro proyecto común.

Un pequeño gran libro donde afloran las palabras más bellas: 119 veces la palabra “derecho”, 32 la palabra “libertad”, 10 veces aparece “igualdad”, y 5 veces “solidaridad”.

En el texto constitucional, en cambio, no hay ni rastro de las palabras “odio”, “machismo”, “racismo” o “crispación”.

Así es nuestra Constitución:
La que nos declara a todos y a todas iguales ante la ley.
La que reconeix l’oficialitat de la nostra llengua pròpia.
La que consagra que los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas.

Por eso, lo que hoy celebramos no es la simple aprobación de un texto legal.

La Constitución de 1978 es nuestro punto de encuentro, la consecuencia de una historia compartida. Una historia que debe ser contada de forma veraz.

Debemos combatir las tergiversaciones y mentiras de quienes buscan reinventar nuestro pasado para repetir lo más oscuro de él.

Por eso es tan importante, este año en que conmemoramos en Alicante el 80 aniversario del final de la Guerra Civil, reconocer la labor del Archivo de la Democracia.

Un reconocimiento merecido por su trabajo dedicado a la conservación y fortalecimiento de una memoria cívica.

Una memoria, como nos enseñó la poeta alicantina Francisca Aguirre, que no debe agotarse en la nostalgia por lo perdido, sino que debe ser —sin odio ni rencor— el acicate para avanzar.

Nuestra historia es, como la de muchos otros pueblos, la historia de una lucha.

Una lucha que ha ido dejando en el camino otros textos constitucionales: desde la Pepa de 1812 hasta la republicana de 1931, pasando por la vanguardista y liberal de 1869.

Esa lucha nos ha traído hasta la democracia que somos hoy.

Nuestra democracia es la decantación de nuestras diferencias en un entendimiento.

Es la apuesta por lo común y el respeto a la diferencia.

Es la casa donde todos caben y todos han de caber.

Sin constreñimientos. Sin cerrazón.

Es el libro colectivo donde conviven de manera armoniosa Miguel Hernández, Rosalía de Castro, Antonio Machado, Xabier Lizardi o Vicent Andrés Estellés.

Toda esta cultura —todas estas culturas, diferentes y compartidas— laten en nuestra democracia. Porque la Constitución es lo que nos une.

Sin embargo, amigos y amigas, nada es estático.

“¿Cómo pueden vivir los que creen que todo está escrito?”, se pregunta Max Aub.

El destino de los pueblos es evolucionar, y un mundo en transformación vertiginosa nos recuerda que la Constitución no es un pacto pétreo e inamovible.

La Constitución es un contrato social, pero también un encargo.

Es un encargo para el presente. Por eso nos obliga a los poderes públicos a “promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas”.

Nos obliga, pues, en el presente, a atacar las desigualdades, a ser solidarios, a no dejar a nadie atrás.

Y la Constitución es un encargo, también, para el futuro. Y aquí, permítanme que vuelva a una de las convicciones que sostengo: el material más sólido con el que podemos escribir nuestro futuro en democracia tiene un nombre. Ese nombre es “diálogo”.

Solo con diálogo y acuerdo superamos, hace 40 años, una división que amenazaba con bloquear el desarrollo de nuestro país y el bienestar de los ciudadanos.

Solo con diálogo y acuerdo mantendremos, en estos tiempos difíciles, el rumbo correcto de la estabilidad, el desarrollo y la convivencia.

Por eso rechazamos el clima de enfrentamiento que demasiados alimentan, y pregunto:
¿Es que la paz y el progreso han sido alguna vez el fruto de la confrontación? ¿Produce la crispación un mejor país? Sabemos que no.

Senyores i senyors: la recepta valenciana és clara: respecte, diàleg, pacte i convivència. Eixe és l’itinerari.

En esta legislatura que comencem, la nostra lleialtat amb la Constitució es dirigeix a treballar amb determinació en tres àmbits: l’aprofundiment democràtic, la defensa de l’autogovern, i l’impuls dels drets.

Amb humilitat, crec que la Comunitat Valenciana és hui un exemple de convivència social i democràtica. Enfront de la fractura política i emocional que parteix altres comunitats, nosaltres hem sabut conjugar la diversitat del nostre poble posant en valor tot allò que ens uneix.

No ha sigut fàcil en un territori tan allargat, amb dos llengües i amb orígens diferents que es remunten al procés de repoblació medieval. Jaume I va impulsar la conquesta i ens va dotar d’una “constitució” que va ser avantguarda legislativa de tota Europa: els Furs. Era l’argamassa per a un poble amb llei, moneda i mesures pròpies “per tots temps”, com diu el fur 71.

Després, el seu nét Jaume II va fer una cosa tan important o més per als que estem ací: va estendre les fronteres meridionals del Regne de València, mitjançant el pacte amb Castella en 1305, i consolidà l’actual territori de la Comunitat Valenciana pel sud.

Eixe és el nostre projecte comú des de fa 715 anys: ric per divers.

Un projecte que ha de defugir el centralisme de València, perquè és injust, ineficient i només engendra desafecció.

Que ha de descartar els maximalismes, perquè només aboquen a la nostàlgia i a la distància.

Que ha de vorejar els prejudicis, perquè empobreixen.

Per això, qui siga incapaç d’entendre bé totes les mirades de la Comunitat Valenciana, serà impossible que la governe bé. La nostra terra és com és: i així l’hem d’estimar.

Jo la vull així. Yo la quiero así.

El camino pasa por reconocerse en el otro. En el otro de la Vega Baja, del Maestrat o de la Safor.

El camino pasa por disfrutar de una Muixeranga d’Algemesí y de esta maravilla musical que es el Canto de la Pasión de Orihuela, declarado Bien de Interés Cultural Inmaterial hace dos meses.

El camino pasa por gozar de esta excelente banda sinfónica municipal de Alicante o del Cant de la Sibil·la que pronto sonará en la catedral de València.

Y lo mismo sirve para el conjunto de España. Valoremos la riqueza que emana de su diversidad.

Porque en democracia no sobra nadie. Al contrario, su esencia es la inclusión.

Sin embargo, la democracia debe defenderse si es atacada en sus valores.

Por ello, no cabe contemporizar ni con la amenaza a las instituciones ni con el menosprecio por los derechos de las personas, sobre todo si son las más vulnerables.

“Es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia”, decía Voltaire, y llevaba razón.

Hemos de ser implacables con quienes, aun de forma enmascarada, intentan destruir lo más preciado que compartimos: las instituciones democráticas, la cohesión social y la convivencia.

Hace unos días, Angela Merkel, la canciller alemana, en el aniversario de la caída del muro de Berlín, llamaba a Europa a defender la libertad y la democracia frente a los peligros que la acechan.

Desde nuestra pequeña Comunitat Valenciana nos sentimos interpelados por esa llamada, y actuamos en consecuencia.

Actuamos en consecuencia defendiendo el Estado Autonómico concebido por la Constitución para dar respuesta a la realidad plural de España conformada por nacionalidades y regiones.

Actuamos en consecuencia porque cuando se ataca el Estado Autonómico se ataca el Estado del Bienestar desde la falsedad.

Muestra de ello es que nuestra comunidad nunca ha estado a un nivel de desarrollo como el alcanzado desde que accedimos a la autonomía en 1982.

Baltasar Gracián, en un breve opúsculo escrito en 1640, decía: “En la monarquía de España las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas… por ello es menester gran capacidad para conservar, y mucha para unir”.

Pero no ocultemos la realidad actual: España, ciertamente, tiene ante sí un gran desafío territorial.

Un desafío que exige una reflexión sosegada y profunda sobre lo que hoy es España, y sobre su arquitectura institucional.

Una reflexión que debe dar lugar, en mi opinión, a una reforma constitucional en sentido federal.

Federal, porque federar es unir desde la diversidad.

Un nuevo pacto que sirva para cohesionar España y fortalecer la unidad de todos los españoles.

Una reforma que, no me cabe duda, contribuiría a luchar contra las dos tentaciones tan presentes como perjudiciales: el secesionismo y el centralismo.

También nos conviene abrir la conversación sobre la cuestión territorial más allá de la relación entre Madrid y Cataluña.

Porque la cuestión territorial no es solo una cuestión de identidades, por importantes que estas sean.

La cuestión territorial es, fundamentalmente, una cuestión de políticas públicas, que son las que dan respuesta a los verdaderos intereses de los ciudadanos: sus derechos y libertades.

Y en este punto debo señalar dos ideas:
La primera es el rechazo al supuesto de que las políticas autonómicas son políticas ‘subnacionales’ y menores.
Por el contrario, hemos de apreciarlas como políticas de Estado, pues es la suma de las partes la que da lugar al todo. Pensemos por un momento en las necesarias políticas contra la despoblación y observaremos que es así.

La segunda idea es que esas políticas públicas autonómicas, las que crean la verdadera identidad ciudadana, las que sostienen la igualdad de derechos civiles y sociales, deben ser financiadas de una manera justa.
Por eso, defender la Constitución es exigir la reforma del sistema de financiación.

Señoras y señores:

En este Día de la Constitución, termino recordando que su parte fundamental, su Título Primero, se dedica a la igualdad, a los derechos y a las libertades de las personas. Cumpliremos el encargo de nuestra Constitución en la medida en que atajemos la desigualdad y protejamos los derechos de los más vulnerables.

Ese cumplimiento ha de dirigirse hoy, al menos, en cuatro direcciones:

Primera, perseverar en la lucha por la igualdad de la mujer y contra la violencia de género. El feminismo es la respuesta. La palanca ética para mover el mundo hacia la decencia.

Segunda, las políticas públicas han de dirigirse a reducir las desigualdades que las disfunciones del sistema económico provoca. No todo vale bajo el capitalismo.

Tercera, gestionar los derechos de migrantes y refugiados como el país que somos y los valores que atesoramos. Los derechos humanos son nuestra guía.

Y, por último, hemos de interiorizar que la emergencia climática es una realidad que nos compromete con los más jóvenes, y que debemos actuar ya para ser la última generación que agravó el problema y la primera en comenzar a revertirlo. Pero con una premisa: los trabajadores no pueden quedar excluidos de la nueva economía que nos obliga a una mayor innovación y sostenibilidad.

Nuestro querido maestro Tomás Vives, hoy justamente reconocido, ha dejado escrito que “en la democracia los derechos corren numerosos peligros, pero que estos se deben no tanto al sistema democrático como a sus perversiones”.

No dejemos pervertir nuestra democracia. La Constitución nos recuerda lo que somos, y lo que podemos ser. Para ello nos invita a actuar, a hacer, y hacer es sinónimo de esperanza.

Muchas gracias.

Teatre Principal, Alacant, 6-12-2019